Las cuevas se encuentran dentro de la Finca Montenieva, un campo de 8.800 hectáreas perteneciente a la familia Abán, quienes son los que realizan la excursión. Desde allí, el camino es apenas una huella, que sólo puede transitarse en vehículos 4×4, entre algarrobos, retamas y tolas. Al frente del camino está el cerro Apacheta y, a la izquierda, el cauce seco del río Rincón; luego se desvía hacia la derecha en una subida pronunciada hacia el antiguo camino real inca. A partir de allí el desierto se llena de cardones. Hay pájaros carpinteros, lechuzas y gallos de arena. Aparece a la derecha el cerro Negro. Más adelante, a la izquierda, el Nevado de Cachi. La camioneta asciende a 3040 m de altura y luego baja, casi en picada, sobre el lecho del río Rincón. Allí, se desciende de los vehículos y se inicia una caminata hacia las cuevas, de aproximadamente 2 horas. El acceso a las cuevas no es apto para personas con movilidad reducida.

A la izquierda aparece un enorme cañadón: la Quebrada del Rincón, atravesada por el río que sólo tiene agua unas pocas veces al año. La huella de este cauce seco es el camino que conduce hasta las cuevas. El descenso hacia el cauce del río se hace por senderos, piedras, sogas y alguna escalera de madera improvisada. La aventura es completa.

Finalmente, y como premio al esfuerzo, aparecen al frente las montañas rojas. Dan la impresión de ser fácilmente maleables, por las asombrosas formas que toman. Y, de hecho, lo son, ya que cambian con la erosión fluvial: muy pocas veces al año, cuando llueve, la caverna renueva su aspecto. De lejos parecen formaciones geológicas derretidas. El color rojo es cada vez más intenso. Y, finalmente, al llegar a la cueva, el rojo es absoluto.